¿Qué es el analfabetismo emocional y cómo afecta a nuestros espacios educativos?
La emergencia sanitaria producto del COVID 19 desnudó una de las mayores carencias de nuestra sociedad y su educación; el analfabetismo emocional. De pronto vimos cómo nuestras vidas se detuvieron, la inestabilidad se hizo parte de la rutina, la distancia social quebró nuestros vínculos, y las emociones ya no pudieron ser negadas, reprimidas, calladas, controladas. Claro, porque hasta ahora para muchos las emociones “se controlan”.
Las ansiedades, angustias, rabias y tristezas se volvieron incontenibles y pocos estuvieron preparados para comprenderlas, gestionarlas, canalizarlas o “surfearlas” como postula la autora chilena Susana Bloch.
Y es que, si miramos hacia atrás ¿Dónde, cuándo y cómo tuvimos espacios de educación socioemocional? Probablemente la respuesta de la gran mayoría de nosotros sea un desconocimiento total al respecto, porque es una de las grandes deudas de nuestra sociedad, inserta en un sistema patriarcal que anula las emociones, en un paradigma biomédico que desintegra al ser humano en múltiples pedacitos y que expropia la salud a las personas, y con un sistema educativo que promueve el saber conocer, el saber hacer, pero que se ha olvidado completamente del saber ser y saber estar. A principios del 1900 cualquier manifestación del individuo que no presentará correlato fisiológico era llamado histeria. Porque además los hombres no lloran y las mujeres deben ser fuertes y sumisas. Además, porque dentro del proceso de revolución industrial que llevó al actual modelo de libre mercado y globalización lo que importó fue la productividad y el consumo, con la estéril promesa de una vida plena y feliz.
Y en Chile, en donde la producción intelectual ligada al desarrollo humano y sus emociones es inmensa, con grandes autores como Humberto Maturana, Francisco Varela, Claudio Naranjo, Adriana Schnake, Susana Bloch, Amanda Céspedes, Manfred Max-Neef, entre otros, las carencias y fracturas socioemocionales son inconmensurables. El 7,9% de cohesión social en Chile (COES UC, 2021) ilustra el quiebre generalizado en nuestro país producto de la falta de educación socioemocional. Porque la convivencia escolar, el buentrato, los ambientes colaborativos, los vínculos, la confianza, la empatía, las reflexiones compartidas, el bienestar, la retroalimentación, la comunidad, y la pedagogía misma dependen de ese pilar fundamental que es el desarrollo socioemocional de los individuos que componen nuestra sociedad.
Las emociones tienen una función clara y lógica; son alertas que buscan indicarnos acerca de necesidades que debemos cubrir. Si nosotros logramos ponerle nombre a lo que estamos sintiendo, verbalizarlo sin el temor a ser rechazados o ignorados sino acogidos y contenidos, si identificamos la necesidad que gatilló la emoción, entonces podemos gestionar nuestra emocionalidad, y no solo eso sino que además hacernos cargo de nuestras necesidades, tomar responsabilidad sobre nosotros mismos. Y cuando tenemos a un ciudadano consciente de sus emociones y sus actos, tenemos un ciudadano responsable de sí mismo y de su entorno, un ser humano ético.
No existe ética sin desarrollo socioemocional. Es por esto por lo que la comunidad educativa tiene un gran desafío y una gran responsabilidad al buscar los medios necesarios para que directivos, equipos de gestión, docentes y asistentes de la educación, padres y apoderados se desarrollen socioemocionalmente de manera sistemática, continua y permanente, desde sus propios procesos de desarrollo personal, como también acompañando, conteniendo y educando socioemocionalmente a nuestros niños, niñas y adolescentes.

Fecha: 21-03-2022
Nombre: Ignacia Vila Pérez
Profesión: Psicóloga, psicoterapeuta